Esta vez, la voz reivindicativa y crítica de La Zaranda se infiltró en las paredes del Teatro Reina Sofía como un cedazo separa lo sustancial de lo insignificante. Una reflexión, un puente desde el desamparo a la soledad que va recíprocamente de las tablas a la butaca.
Tres soldados enarbolan la bandera de la dignidad frente a un desmoronado mundo que transita contra el sentido poético y espiritual de la existencia.
«Para entendernos…» ¿Seremos olvido? ¿Importará cuantas batallas perdidas de antemano tengamos que librar? ¿Contendrá el poder el mismo germen de la derrota? Entre la multiplicidad de las lecturas posibles, un sueño persiste en la incertidumbre del vivir anclado en la fe, la resistencia y la memoria.
No temerás las calles arrasadas, la corriente sagrada de la oscura belleza que impregnan otros mundos, sumergidos dentro de nosotros, que nos interpelan con nuestras pupilas viejas.
No temerás las aguas más profundas de la vida, sus cauces misteriosos. ¿Podrá resolver el Ministerio de Cultura con la presteza suficiente para que el arte no se vea arrastrado por las olas, mientras sueña la orilla? ¿Vendrá a socorrerlo con los brazos extendidos para evitar el naufragio?
Esta histórica compañía indaga y desarrolla un lenguaje lleno de metáforas y elementos simbólicos con los que traza un itinerario propio cuyas pistas nos alejan de la cima, del brillo, de lo efímero del aplauso para darle valor a lo consistente, a todo aquello que transciende a lo material.
El dramaturgo Eusebio Calonge lo expresa así: «Que sepan que sabremos mantenernos firmes… sólo tenemos un discurso, y no lo vamos a cambiar, lo diremos aún con más pasión, puede que nos hayan robado hasta la esperanza, pero no la dignidad. No vamos a cambiar para complacer a su opinión pública…Corra a ladrarlo a todos los vendedores de mentiras»
Y mientras salimos del teatro, los ojos empapados de luz buscan qué destinoy cuántas pérdidas habrán de habitar nuestros cuerpos.
Mar Blanco.
