La actriz vallisoletana nos abre la puerta a luz soberana, a un antiguo caudal de cuestiones universales y sin embargo, cada vez que las interpreta son nuevas: la soledad, la muerte y el amor, como quien atraviesa otra estancia, palabra a palabra, con silencios llenos de significado y pausas que lo dicen todo, nos lleva al bosque inmenso, a las hojas de un libro vivo del que podemos extraer árboles completos de sabiduría concentrada en un rosario y un vaso de agua de los que brotan un tratado del buen hacer teatral, la voz arrasadora de la vida que irrumpe en canto.
Lo perdido y lo encontrado tiembla en el aire, se bebe en la sombra, en el dolor, en la culpa. Lola Herrera nos lo muestra cercana, como quien escucha a una amiga dotada de talento y delicada transparencia del alma, nos mece en una danza infinita y nos hace cómplices. De forma clandestina, con los ojos a punto, como si a la vez Carmen Sotillo, pareciera saber algo de nosotros. El ojo del bosque que mira nuestras huellas mientras ella, se dobla sobre la pena en esta noche en vela ante el cadáver de su marido con tantas cosas por contar…
Quienes vimos esta obra en sus comienzos sabemos absorber el crecimiento de los troncos, la savia que alimenta, el sedimento de una actriz de raza que se disuelve en el personaje y se potencia en el escenario junto al hondo texto de Delibes: Cinco horas con Mario, testigo de una época donde descubrimos el retrato de una sociedad cerrada en sí misma, a la que critica y desenmascara con mensajes en clave y perspectiva irónica.
En el Teatro Reina Sofía surgió una ceremonia a la manera sacramental: la actriz inicia el rito, con entrega y deleite, y el público le devuelve la ofrenda en respeto y veneración. Y así entramos en una aguda sintonía, en una estela luminosa que sobrevuela una asombrosa comunión sagrada. En la muerte no hay respuesta, solo el silencio sabe darse sin reservas. ¿Qué permanece, nuestro, de nosotros, para el otro?
¿Para quién dejamos de ser lo que hemos sido, qué instante encantado nos alumbra?
¿Qué ramas, qué fulgores nuestros le entregamos? Acaso despedirse sea contar las veces que vivimos, las tibias costumbres que nos quedan. Lo invisible que fluye a nuestro lado y nos alienta.
“Las cosas que son importantes para mí se quedan en la memoria”, dice Lola Herrera.
Su magistral interpretación y las lágrimas radiantes en su rostro, ante el aforo completo, puesto en pie, no solo poblarán nuestra memoria para siempre sino también nuestro espíritu. Lola, tu gesto llegó a la tierra de destino, lo llevaremos como amuleto, como esperanza.
Hasta setenta veces siete, Gracias, Lola.
Mar Blanco.

