MARÍA ADÁNEZ Y PEPÓN NIETO – ¡Ay, Carmela!
Bajo la excelente dirección de José Carlos Plaza se crea una atmósfera propicia para desarrollar un juego escénico en dos dimensiones que amplifican el sentido de lo trágico.
Nos adentramos en el texto de José Sanchis Sinisterra, premio Max al mejor autor teatral en Castellano y uno de los grandes renovadores del panorama teatral español de finales del siglo, disfrutando de su predilección por dar voz a los perdedores, a los ignorados, a los olvidados, a través del espléndido trabajo actoral de María Adánez y Pepón Nieto.
Hallamos una obra de teatro dentro de otra que se debate entre lo desvanecido y lo que todavía no tiene nombre ni forma. Es una continua metamorfosis del pasado en presente y viceversa, una resistencia al olvido que se concreta en la relación en vida y tras la muerte entre los dos protagonistas: Paulino y Carmela.
Todo lo que sale por la boca de Carmela, desprende una verdad absoluta y dolorosa y en Paulino descubrimos una obsesiva concepción de la dignidad artística.
En ambos coexiste un componente metafórico que nos acompañará en toda la obra y una guía de recuperación de la memoria histórica, como medio para alcanzar una supervivencia digna.
Según Paulino el artista siempre debe ofrecer lo mejor de su arte, aún en las circunstancias más adversas Y Carmela ensalza lo auténtico y detesta la hipocresía social y la injusticia.
En un mundo hostil vemos a los actores desarrollar dos personajes esencialmente creíbles cuando nos muestran un modo de subsistencia por medio del arte, derrochando sobre el escenario sus dotes tragicómicas.
Carmela se define en contraposición a Paulino que le dice: “¿Por qué lo hiciste, Carmela? ¿Por qué tuviste que hacerlo, di? ¿Qué más te daba a ti la bandera, ni la canción, ni la función entera, ni los unos, ni los otros, ni esta maldita guerra? ¿No podías haber acabado el número final y santas pascuas? ¿Quién te mandaba a ti ponerte brava, ni sacar las agallas, ni plantarles cara?»
Nos enternece el relato cuando se encontró una vez en la cola de los muertos a Federico García Lorca y le dedicó unos versos. «¡Qué pequeño es el mundo!», dijo ella. «Ya crecerá, le respondió el poeta”
En medio de la quietud del mundo de Paulino, apagado a su alrededor, aparece Carmela que traspasa el plano del más allá para dejarnos, en las conversaciones con su marido, sentencias como estas: «los vivos no aprendéis ni a tiros», «hay muchas formas de estar muerto y muchas formas de estar vivo». A él le reprocha ser cobarde en el momento crucial: «cada uno es cada uno y tú eres un cagón».
Poco a poco se va difuminando: le duele el aire, las manos absolutas y ya es inaccesible. Vuelve a ser silencio y su luz oscura.
Mirar la noche. Volver al corazón para alejar el olvido que es frío y azul. Esperar el color de la aurora para nombrar un nuevo tiempo que el público en pie defiende, ya sin grietas, unido en la ovación.
Mar Blanco
Concejala de Cultura