Con “Espècie” nos sumergimos en un puente de metáforas, entre la palabra y el silencio. La oscuridad y el mundo como sonidos primitivos no vividos que anteceden a la infancia del lenguaje.
Impacta el choque con la mudez y se agudiza la respiración, ese zumbido del vértigo ante el vacío. Son calambres que hieren y zarandean.
Bajo una claridad mínima, la existencia llama con la voz callada en un espacio infinito que resuena en la intimidad. También ondea un mapa que sirve para orientar los pasos, al mismo tiempo que líneas y signos son borrados por el resplandor.
El reflejo de las manos se agranda, en la noche perenne, para dar
comienzo a lo fugitivo y a lo eterno; y pertenecerse.
La belleza no se explica, a veces se rompe sobre las cosas para sentir lo más lejano, la intemperie del instante que se deshace ante nuestros ojos. El propio cuerpo es una casa vacía abriendo nuestra sola memoria del origen, como una acrobacia del intelecto. Y nos preguntamos: ¿Cuántas lunas mueren a mano de las sombras?
Salen a nuestro encuentro bandadas de pájaros acribillados por la noche. Hay un sustrato de sensibilidades que se comparten, un cosmos pendular de existencia y no-existencia.
La verdadera búsqueda que en realidad no hallamos, la libertad plena que nunca experimentaremos, aquello que no se dará del todo porque nada saciará el anhelo de absoluto. Imágenes en cuyo mensaje latente brotan la escucha y el acontecimiento, la herida y la compasión.
Un ejercicio desde el yo para tocar lo otro y, en ese vuelco y esa desaparición, atender a la vibración de una presencia que balbucea y finalmente se desvanece.
Un leve viento blanco que arrasa la luz y derriba a los humanos.
Gracias por ofrecernos un nuevo ritmo en el devenir de la mirada.
Mar Blanco
Concejala de Cultura